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Soy132: verdad y efervescencia en México
Adrián
Velázquez Ramírez
¿Cómo
surge una verdad política? Para el filósofo francés Alain Badiou, una verdad es “el producto organizado de un
acontecimiento popular masivo”[1].
La verdad es pensada como un efecto, como
una huella que comprueba que un acontecimiento ha sucedido. Pero encontrar este
rastro no es tarea fácil, la verdad siempre elude, se transforma y se rehúsa a ser
interpretada definitivamente. Y esto se debe a que una verdad no es una razón,
ni un devenir cuya evaluación se pueda reducir a la dicotomía éxito/fracaso de
un movimiento social y político.
La
idea de este texto es darle cierto sentido a lo sucedido en las últimas semanas
en México, exponiendo algunas categorías que pueden colaborar a leer el momento
histórico que estamos viviendo. Entre los que mantienen un optimismo por
momentos desbordado y los que niegan cualquier rasgo positivo al movimiento soy132, las siguientes líneas prefieren
resaltar el carácter indeterminado del momento actual, el carácter ambiguo del
movimiento, su disposición amorfa. De manera más tajante, se intentará
demostrar que las posibles consecuencias –la traducción histórica del momento- hay que buscarlas, no tanto en
las razones, discursos y demandas que aglutinan a los manifestantes, sino del
eco que de esto se haga en el resto de la sociedad. Al afirmar esto, caemos en
la pura contingencia: no hay nada que por sí mismo nos pueda indicar la verdad
que se puede estar desplegando en el movimiento soy132. Es por ello que la verdad como afirma el propio Badiou, es
primero una sensación, un entusiasmo.
En este sentido la verdad es más parecida
a una imagen que a un enunciado: es un diagrama que aglutina dispersión.
La verdad es múltiple.
Uno
actúa por muchos motivos; sin embargo, cuando uno actúa, las consecuencias que
se desprenden de la acción nunca coinciden plenamente con el plan o el proyecto
en el que se basó dicha acción. La historia, como desarrollo temporal de un
acontecimiento, siempre es más y menos que los datos contenidos en la acción
política que se desarrolla en el presente (Koselleck). Es por ello que quién
busca las posibilidades históricas de acontecimiento político en la literalidad
de su presente está destinado al
fracaso. Lo que posteriormente uno lee como Historia, no es sino un efecto retroactivo
que organiza una experiencia: siempre es una lectura de un pasado desde el
presente. Es siempre desde el presente –futuro indeterminable de la acción- que
se selecciona/elimina una serie de elementos presuntamente ubicables en la experiencia,
permitiendo establecer desde el discurso histórico una continuidad temporal
entre ese pasado y la situación contemporánea. Pero cuando uno se encuentra
inmerso en el desarrollo de un acontecimiento, cuando este sucede a la vez que
está siendo observado, la historia opera sin consultarnos y esta se encuentra
puramente indeterminada. No hay una conciencia
operando la Historia. Por lo tanto, el
acontecimiento es pura acción, sin interesar la grandilocuencia o pobreza
de las ideas, planes y proyectos que lo sustentan.
Si
no hay nada en el acontecimiento que pueda indicarnos su destino histórico ¿cómo
entra un acontecimiento político en la Historia? Badiou respondería que por la verdad que se produce ahí. Pero esta
verdad, no puede ser una verdad.
Reducir un acontecimiento a una sola verdad es domesticarlo. La verdad que
surge de un acontecimiento es múltiple, sólo así puede trascender las
articulaciones acontecimiento/Historia que se van concretando: la verdad carece de literalidad y es
anterior a las razones que soporta. Por el contrario, la verdad es lo que
permite que una dispersión de motivos y razones se aglutine. Habrá, sin duda,
algunas coincidencias entre los que se han manifestado últimamente en México,
pero la congruencia de sus opiniones no es un requisito para la historia. Se comparte hasta ahora, el entusiasmo, la
imagen del recuentro del público consigo mismo.
La verdad es pública.
Para
que una verdad sea considerada como tal, esta tiene que ser pública y tiene que
ser producto de un encuentro. Una verdad que se posee individualmente no es sino
un secreto. Pero ¿un secreto que se
guarda de quién? Porque un secreto se puede compartir entre varios sin dejar de
ser secreto, pero no puede ser expresado ante los oídos de aquel que excluye
sin dejar de serlo. La verdad, por el
contrario, se expresa con el objetivo de ser escuchada por todos, en particular,
por aquel que busca interpelar.
En
la concepción de Badiou, la verdad
política es un producto. Esto implica una dimensión performativa que
resulta fundamental atender: antes de decirse, la verdad política necesita actuarse. Y es la masa o el público es el escenario por excelencia en dónde la
verdad se actúa.
Esta efervescencia que rodea a un acontecimiento,
la energía que se desprende de la conjunción de lo disperso y que se vive y se
experimente en el público, es lo que da a la verdad su brillo propio.
Efervescencia: momento-espacio.
Esta
conjunción entre la interrupción de lo cotidiano y el carácter performativo de
la verdad-acto puede encontrarse en el propio Durkheim. En las conclusiones de “Formas
elementales de la vida religiosa” (1912) se leían estas líneas:
“Las
grandes cosas del pasado, las que entusiasmaban a nuestros padres, no suscitan
en nosotros el mismo ardor (…) Pero este estado de incertidumbre y de agitación
confusa no podrán durar eternamente. Día
vendrá en que nuestras sociedades conocerán de nuevo horas de efervescencia
creadora, en el curso de las cuales surgirán nuevas ideas y se inventarán
nuevas formulas que, durante un tiempo, servirán de guía a la humanidad” (Durkheim,
1992: 642)
Esto
lo decía Durkheim a propósito de una posible re-edición de lo sagrado en una forma secular y política: la nación, los valores
cívicos, la patria, formarían parte así del nuevo santuario moderno. Más allá
de la existencia de individuos, para que la sociedad sea posible es necesario
que se manifieste, que se verifique de ciertas maneras que la vuelvan evidente
ante los individuos que se reconocen como parte de un mismo contexto. Se
interrumpe así la inercia de lo cotidiano y los espacios fragmentarios se
ocupan multitudinariamente:
“Porque
la sociedad sólo puede hacer sentir su influencia en acto, y sólo se encuentra
en acto cuando los individuos que la componen están reunidos y obran en común.
A través de la acción común, ella toma conciencia de sí y se asienta, pues es
ante todo cooperación activa. Ni si quiere las ideas y sentimientos que los
simbolizan serían posibles sin los movimientos externos que los simbolizan (…)”
(Durkheim, 1992: 642)
La
efervescencia surge así del contacto cuerpo a cuerpo, entre la polifonía de
cantos y carteles que se exhiben en público, en el anonimato de la multitud y
de la historia. El encuentro es la
verdad en proceso de verificación, una multitud no se equivoca, aun cuando
le falten razones.
¿Y después qué?: construir desde la
derrota.
No
cabe duda que el entusiasmo es frágil y de un momento a otro, lo que antes era
efervescencia se convirtió en duda. El baluarte que habíamos construido
demostró ser arena en contra de una marea que no deja avanzar: la inercia del
pasado demostró, una vez más, ser más fuerte que el impulso del futuro. Pero,
¿puede una verdad fracasar? ¿Los criterios éxito/derrota son válidos para
evaluar a una verdad? La respuesta es tajante: No.
Para
Gilles Deleuze,[1]
una obra pictórica está atravesada por una relación caos/código. En un principio,
sobre el lienzo sólo hay caos, un
desborde de trazos y manchas amorfas. Sin embargo de este caos se espera que
surja algo y que estos machones den lugar a un diagrama. La pintura deviene
entonces en un código que se establece como relación entre la obra y su público.
A este caos que es capaz de generar un orden, Deleuze le llama germen.
Si
como hemos visto, la verdad se comporta más como una imagen que como un
argumento, podemos pensar que la experiencia multitudinaria de días pasados fue
un germen. Una verdad, todavía cautiva de la experiencia que le dio origen,
pero que para germinar debe moverse. Es por ello que el destino de la
experiencia nunca coincide plenamente con el destino de una verdad política.
Aunque
sin duda, diagramar en la victoria no es lo mismo que en hacerlo en la derrota.
Sin embargo, el objetivo debe ser el mismo. Para Badiou una verdad reclama
cierta fidelidad al acontecimiento
que la produce. ¿Cómo ser fieles a una sensación? ¿Cómo traducir a un plan de
acción esta verdad-imagen? Es ahí
dónde se juega mucho de ese tránsito entre el germen y el diagrama y por lo
tanto, en descifrar el código de lo que hemos producido.
Un
error sería replegarse. La representación política es una ficción demasiado
seria como para despreciarla. En una democracia el mandato de gobierno se
encuentra en la ciudadanía y cómo tal, nunca puede salir derrotada de una
contienda electoral. Habrá que estar presente, luchar por esos espacios de
visibilidad y mantener cerca a nuestros representantes, cuyos cargos son
deudores del conjunto de la ciudadanía y no sólo de unos pocos.
Los historiadores que llegan tarde y preguntan qué pasó. Tampoco son útiles los periodistas, siempre un poco aturdidos. Los políticos toman decisiones en un presente espiado de lejos. Hacen falta historiadores del presente.
ResponderEliminarLa primera frase del comentario anterior está incompleta, debía decir: Los historiadores que viven alejados de las calles llegan tarde...
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