Adrián Velázquez Ramírez
1° de septiembre de 2012
I
D
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e
las experiencias políticas que marcaron el siglo anterior, tal vez ninguna
genere tanta división de opiniones respecto a sus alcances que los
acontecimientos de mayo de 1968 en
Francia. El campo intelectual se dividió desde entonces entre los que
consideran que sus consecuencias fueron tan efímeras como el fugaz mes que
duraron las revueltas y aquellos que veían ahí una nueva forma de entender y
practicar la política. Atrapado entre el Estado francés gaullista, el modelo
burocrático soviético y la obsesión electoral del Partido Comunista Francés, la protesta estudiantil-obrera de 1968
tuvo que construirse su propio discurso político.
Este
discurso político, lejos de procurarle al movimiento una coherencia interna,
consistió en una inestable amalgama de influencias que en ese entonces
convergieron en las calles francesas. Maoistas, anarquistas,
leninistas-marxistas, trotskistas se encontraron conviviendo y compartiendo
consejos, discusiones y sobretodo fiestas
y manifestaciones artísticas. Ante la mirada desconcertada del mundo
adulto, la protesta adquirió un tono carnavalesco
y confuso que irritó aún más a la estructura paternalista francesa. Dentro del
mosaico de grupúsculos que conformó la protesta, la Internacional Situacionista (1957-1974) jugó un papel decisivo en
el tono lúdico, así como en la plataforma discursiva que logró articular tal
variedad de tipos de disidencia.
La
relación entre la Internacional Situacionista (IS) y el mayo del 68 no es una historia de protagonismo ni de un
liderazgo que busque concentrar el poder. Los contactos se reducen a ciertos
momentos muy puntuales y de carácter indirecto, como cuando años antes a la
protesta, un grupo de estudiantes en la Universidad de Estrasburgo solicitara a
la IS un panfleto sobre la política universitaria que a la postre se tituló: Sobre
la miseria del medio estudiantil (1966) y que interpeló de manera
eficaz al difundido descontento de la juventud ante la moral de sus padres y la
jerarquía académica. La participación de su reducido número de miembros en los
diversos Consejos de Ocupación y Acción durante la protesta también quedó
relativizada por la pluralidad e intencionalmente difusa organización
estudiantil. La influencia de la IS en el mayo francés se asemeja más a la
historia de un aleatorio encuentro
entre un diagnóstico y programa de acción de vanguardia estética y las
condiciones subjetivas de los estudiantes que se veían reflejadas ahí.
II
L'ennui est contre-révolutionnaire.
(El aburrimiento es contrarrevolucionario)
(El aburrimiento es contrarrevolucionario)
Grafiti anónimo del 68
La
IS se constituye en 1957 en Alba (Italia) como respuesta a la incapacidad del movimiento surrealista de darse un
proyecto político fuerte. Una serie de agrupaciones artísticas (Movimiento por
un Bauhaus Imaginista, La internacional Letrista y la Asociación Psicogeografía
de Londres) responden al llamado de Guy Debord y se dan cita en una taberna
para formar un movimiento de vanguardia con el objetivo de responder a la
necesidad de darle a la intervención estética y cultural un
contenido político radical. Con apenas un puñado de integrantes, la recién
formada IS empieza a difundir sus ideas mediante la publicación de una revista
y diversos panfletos que van allanando el terreno de su recepción en la
revuelta del 68.
Su plataforma artística y política
señalaba que dentro del capitalismo el arte se había convertido en un bien de
consumo más. Ante esto reivindicaban al arte como una acción capaz de subvertir
el estado de aburrimiento y enajenación
en los que se traducía la dominación burguesa. Dentro de este diagnóstico se
presenta la noción de situación, como una intervención deliberada y consciente sobre
el ambiente social que busca romper con la fría distancia entre los
individuos y su contexto. Surgía así un objeto político relativamente nuevo: el
programa político situacionista no se consagraba a problematizar las relaciones
de producción o la estructura política de un Estado, lo que era politizado ahí
era la propia vida cotidiana y el mundo cultural en el que se inscriba. La esfera
más íntima de la experiencia subjetiva moderna era develada como parte de un
sistema de dominación que hacía de los individuos meros espectadores de la
sociedad del espectáculo. El juego, la tergiversación de los significados
culturales, la intervención sobre el espacio urbano, se convertían así en
efectivas armas políticas.
En
una entrevista, José Luis Pardo[1]
-autor del prólogo a la edición en español de La sociedad del espectáculo
(1999) de Guy Debord-, plantea una interesante reflexión sobre el legado
contemporáneo que deja la IS. Ahí plantea que si bien los postulados
situacionistas fueron pensados como un programa de acción y no como una Teoría
política propiamente dicha, el propio fracaso de la aventura del 68, así como
la distancia histórica que nos separa de aquella revuelta, permiten volver a
los textos de la IS con otros ojos. El objetivo de esta primera exploración es
entonces el de ofrecer algunas líneas generales que aportan a repensar el discurso situacionista como una
Teoría política.
III
La barricade ferme la
rue mais ouvre la voie.
(La barricada cierra la calle, pero abre la vía)
(La barricada cierra la calle, pero abre la vía)
Grafiti anónimo del 68
Del
amplio repertorio estratégico que difundió la IS durante los años en que estuvo
activa, es posible identificar tres grandes categorías que podrían funcionar
como el núcleo problemático básico de una eventual Teoría política
situacionista.
El problema del espacio: Receptores de
la amplia tradición urbana
francesa (Baudelaire, Lefebvre), una de las grandes innovaciones prácticas del
programa situacionista fue incorporar al
espacio como un objeto susceptible de praxis
política. Esto significaba asignarle al espacio un papel fundamental en el
juego político, considerándolo no sólo como un instrumento de dominación, sino
como un elemento de transformación revolucionaria.
El
diagnóstico situacionista indicaba que el espacio urbano era moldeado por los
intereses del capitalismo, infiltrando así la experiencia de los sujetos que
circulan por ahí. La fragmentación y división clasista del espacio urbano, las rutinas circulatorias impuestas por la jornada
de trabajo, la privatización de los lugares y la exclusión de las mases de los
espacios públicos y culturales, hacían de la ciudad un espacio imbuido de
poder. La ruptura revolucionaria era interpretada entonces como una
emancipación del espacio respecto al sistema capitalista. La re-espacialización de la vida colectiva implicaba así una
re-socialización de los sujetos.
Para
cumplir con estos objetivos los situacionistas contaban con distintas
estrategias y técnicas. Tal vez, dónde más claramente se encuentra sintetizada
la concepción situacionista del espacio sea en la recepción y apropiación de la
psicogeografía,
definida como el “estudio de los efectos del medio geográfico, ordenado
conscientemente o no, actuando directamente sobre el comportamiento afectivo de
los individuos”[2].
La psicogeografía aportaría un tratamiento riguroso y sistemático sobre la
intervención en espacio citadino. El Urbanismo unitario sería el programa
general en el que la psicogeografía sería aplicad y era definido como: “Teoría
del empleo del conjunto de las artes y técnicas que concurren en la
construcción integral del medio, en unión dinámica con experiencias de
comportamiento”.
Esta problematización del espacio se
traducía no sólo en intervenciones estéticas, sino que respaldó y dio sustento a
una serie de acciones subversivas durante la revuelta del 68. Dentro de este
marco interpretativo hay que entender las ocupaciones de ciertos espacios
urbanos promovidas por la IS. Uno de los casos más emblemáticos fue la
ocupación del Teatro Odeón, dirigido por el célebre Jean-Louis Barrault -quién
a la postre terminaría apoyando la toma de las instalaciones del teatro. La
idea de la ocupación fue abrir un espacio cultural que hasta entonces sólo era
concurrido por la clase alta francesa. Obreros y estudiantes que jamás hubieran
podido pagar una entrada, ahora convivían ahí en medio de sátiras y
representaciones teatrales espontáneas. El objetivo era entonces el de
subvertir la disposición de los espacios: ocupando,
abriendo y transformando las relaciones que se entablan ahí.
Vida cotidiana y mundo cultural: Como decíamos, uno de los puntos a destacar
del programa situacionista fue politizar el mundo cultural de su época. Señalaba
así una arena política muy próxima a la experiencia subjetiva de los
individuos: la vida cotidiana. En este
punto tal ves se encuentren los más grandes esfuerzos por hacer del programa situacionistas una Teoría política. Tejido alrededor
de la noción de espectáculo y
retomando los aportes de Lukács, el diagnóstico situacionista
re-elaboraba la noción de enajenación
en términos de una crítica de la cultura de la comodidad y la distancia
respecto a la opresión burguesa. La revolución no podía ser posible si no se
rompían las ataduras más cercanas a los individuos, el cerco cultural debía mostrarse como un espectáculo fabricado y
el arte y la intervención estética podían subvertir esto. El espacio íntimo se
convierte así en ese margen de libertad
necesario para un emprendimiento revolucionario.
“El espacio
puntual de la vida cotidiana sustrae una parcela de tiempo <exterior>,
gracias a la cual se crea un pequeño espacio-tiempo unitario: es el
espacio-tiempo de los momentos, de la creatividad, del placer, del orgasmo. El
lugar de dicha alquimia es minúsculo pero la intensidad vivida es tan grande
que ejerce sobre la mayor parte de la gente una fascinación sin igual”. (Raoul
Vaneigem, Tratado del saber vivir para
uso de las jóvenes generaciones)
En
ese sentido se promovían otra serie de técnicas, como la tergiversación (detournement), que consistía en mostrar
la artificialidad del espectáculo capitalista, secuestrando los símbolos del
status quo y resinificándolos en otras matrices de sentido.
El problema del poder: Uno
de los aspectos de la protesta de mayo 68 que le valió gran cantidad de
críticas por parte de intelectuales y militantes de diversa ideología política,
fue su aparentemente displicente forma de abordar el problema del poder. Desde este argumento se cuestiona el carácter verdaderamente
revolucionario de una serie de protestas que no pretendían ni derrocar al
Estado, ni formar un partido político. En medio de una crisis de legitimidad
del referente soviético del comunismo y del partido burocrático como forma
política, las protestas del 68 exaltaban
valores más asociados con la autogestión
y la autonomía que a los que ofrecía
la dictadura del proletariado.
En
este aspecto resulta importante la relación entre la IS y el grupo Socialisme
ou Barbarie (1946-1965) de
Cornelius Castoriadis y Claude Lefort. Tomando como referencia la
propuesta de este grupo marxista, la IS asumió un papel de apoyo y colaboración
con las ocupaciones obreras, promoviendo la constitución de Consejos Obreros
como forma de organización, pero excluyéndose de toda participación activa en
dicho proceso. El Consejo para el Mantenimiento de las Ocupaciones (CMDO),
formado después de la ocupación de la Sorbona y en el que participaban
connotados miembros situacionistas (Raoul Vaneigem,
Mustapha Khayati, René Riesel, Guy Debord entre otros), exaltaban a los obreros
a formar consejos obreros y encargarse de la administración de las fábricas sin recurrir a ninguna autoridad exterior y
asumiendo una democracia directa y total con revocación de mandado.[3]
El
casi obsesivo empeño de la IS y sus miembros por crear una amplia red de comités y consejos en
dónde la democracia era ejercida a pequeña escala contrastaba ampliamente con
los criterios de concentración de poder y de conducción política del
partido-vanguardia. Solamente en Paris
llegaron a constituirse 450 comités y consejos diferentes. Sin embargo, esto
no significa necesariamente un descuido o una apatía por el problema del poder
de parte del discurso situacionista, sino que su proyecto tenía otras raíces y
objetivos. Se puede detectar una perspectiva difusa del poder, con una clara
labor distributiva e igualitaria.
Epílogo:
Y la guerra apenas ha comenzado...
Si
bien la vida de la IS después del 68 fue una curva descendente que llevó a la desintegración
del grupo en el 74 y terminó con el suicidio de Guy Debord en 1994[4],
algo quedó del legado situacionista. En el siglo XXI emergen en Francia una
serie de publicaciones firmadas por el Comité Invisible –entre las que destaca el journal titulado Tiqqun- que por los medios, el tono y las premisas discursivas
que mantienen, recuerda aquel proyecto situacionista. Calificado por el Estado francés
como un movimiento terrorista, ya tendremos oportunidad de ahondar sobre el
caso. Sirva por lo pronto el siguiente video:
"...porque los que despiertan son la pesadilla de los que aún duermen..."
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