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Desarrollo conceptual y análisis político

lunes, 4 de junio de 2012

Soy132: verdad y efervescencia en México




Soy132: verdad  y efervescencia en México

Adrián Velázquez Ramírez

¿Cómo surge una verdad política? Para el filósofo francés Alain Badiou, una verdad es “el producto organizado de un acontecimiento popular masivo”[1]. La verdad es pensada como un efecto, como una huella que comprueba que un acontecimiento ha sucedido. Pero encontrar este rastro no es tarea fácil, la verdad siempre elude, se transforma y se rehúsa a ser interpretada definitivamente. Y esto se debe a que una verdad no es una razón, ni un devenir cuya evaluación se pueda reducir a la dicotomía éxito/fracaso de un movimiento social y político.

La idea de este texto es darle cierto sentido a lo sucedido en las últimas semanas en México, exponiendo algunas categorías que pueden colaborar a leer el momento histórico que estamos viviendo. Entre los que mantienen un optimismo por momentos desbordado y los que niegan cualquier rasgo positivo al movimiento soy132, las siguientes líneas prefieren resaltar el carácter indeterminado del momento actual, el carácter ambiguo del movimiento, su disposición amorfa. De manera más tajante, se intentará demostrar que las posibles consecuencias –la traducción histórica del momento- hay que buscarlas, no tanto en las razones, discursos y demandas que aglutinan a los manifestantes, sino del eco que de esto se haga en el resto de la sociedad. Al afirmar esto, caemos en la pura contingencia: no hay nada que por sí mismo nos pueda indicar la verdad que se puede estar desplegando en el movimiento soy132. Es por ello que la verdad como afirma el propio Badiou, es primero una sensación, un entusiasmo. En este sentido la verdad es más parecida a una imagen que a un enunciado: es un diagrama que aglutina dispersión.   

La verdad es múltiple.

Uno actúa por muchos motivos; sin embargo, cuando uno actúa, las consecuencias que se desprenden de la acción nunca coinciden plenamente con el plan o el proyecto en el que se basó dicha acción. La historia, como desarrollo temporal de un acontecimiento, siempre es más y menos que los datos contenidos en la acción política que se desarrolla en el presente (Koselleck). Es por ello que quién busca las posibilidades históricas de acontecimiento político en la literalidad  de su presente está destinado al fracaso. Lo que posteriormente uno lee como Historia, no es sino un efecto retroactivo que organiza una experiencia: siempre es una lectura de un pasado desde el presente. Es siempre desde el presente –futuro indeterminable de la acción- que se selecciona/elimina una serie de elementos presuntamente ubicables en la experiencia, permitiendo establecer desde el discurso histórico una continuidad temporal entre ese pasado y la situación contemporánea. Pero cuando uno se encuentra inmerso en el desarrollo de un acontecimiento, cuando este sucede a la vez que está siendo observado, la historia opera sin consultarnos y esta se encuentra puramente indeterminada. No hay una conciencia operando la Historia. Por lo tanto, el acontecimiento es pura acción, sin interesar la grandilocuencia o pobreza de las ideas, planes y proyectos que lo sustentan.

Si no hay nada en el acontecimiento que pueda indicarnos su destino histórico ¿cómo entra un acontecimiento político en la Historia? Badiou respondería que por la verdad que se produce ahí. Pero esta verdad, no puede ser una verdad. Reducir un acontecimiento a una sola verdad es domesticarlo. La verdad que surge de un acontecimiento es múltiple, sólo así puede trascender las articulaciones acontecimiento/Historia que se van concretando: la verdad carece de literalidad y es anterior a las razones que soporta. Por el contrario, la verdad es lo que permite que una dispersión de motivos y razones se aglutine. Habrá, sin duda, algunas coincidencias entre los que se han manifestado últimamente en México, pero la congruencia de sus opiniones no es un requisito para la historia. Se comparte hasta ahora, el entusiasmo, la imagen del recuentro del público consigo mismo.  

La verdad es pública.

Para que una verdad sea considerada como tal, esta tiene que ser pública y tiene que ser producto de un encuentro. Una verdad que se posee individualmente no es sino un secreto. Pero ¿un secreto que se guarda de quién? Porque un secreto se puede compartir entre varios sin dejar de ser secreto, pero no puede ser expresado ante los oídos de aquel que excluye sin dejar de serlo. La verdad, por el contrario, se expresa con el objetivo de ser escuchada por todos, en particular, por aquel que busca interpelar.

En la concepción de Badiou, la verdad política es un producto. Esto implica una dimensión performativa que resulta fundamental atender: antes de decirse, la verdad política necesita actuarse. Y es la masa o el público es el escenario por excelencia en dónde la verdad se actúa.  

Esta efervescencia que rodea a un acontecimiento, la energía que se desprende de la conjunción de lo disperso y que se vive y se experimente en el público, es lo que da a la verdad su brillo propio.

Efervescencia: momento-espacio.

Esta conjunción entre la interrupción de lo cotidiano y el carácter performativo de la verdad-acto puede encontrarse en el propio Durkheim. En las conclusiones de “Formas elementales de la vida religiosa” (1912) se leían estas líneas:
“Las grandes cosas del pasado, las que entusiasmaban a nuestros padres, no suscitan en nosotros el mismo ardor (…) Pero este estado de incertidumbre y de agitación confusa no podrán durar eternamente. Día vendrá en que nuestras sociedades conocerán de nuevo horas de efervescencia creadora, en el curso de las cuales surgirán nuevas ideas y se inventarán nuevas formulas que, durante un tiempo, servirán de guía a la humanidad” (Durkheim, 1992: 642)

Esto lo decía Durkheim a propósito de una posible re-edición de lo sagrado en una forma secular y política: la nación, los valores cívicos, la patria, formarían parte así del nuevo santuario moderno. Más allá de la existencia de individuos, para que la sociedad sea posible es necesario que se manifieste, que se verifique de ciertas maneras que la vuelvan evidente ante los individuos que se reconocen como parte de un mismo contexto. Se interrumpe así la inercia de lo cotidiano y los espacios fragmentarios se ocupan multitudinariamente:

“Porque la sociedad sólo puede hacer sentir su influencia en acto, y sólo se encuentra en acto cuando los individuos que la componen están reunidos y obran en común. A través de la acción común, ella toma conciencia de sí y se asienta, pues es ante todo cooperación activa. Ni si quiere las ideas y sentimientos que los simbolizan serían posibles sin los movimientos externos que los simbolizan (…)” (Durkheim, 1992: 642)

La efervescencia surge así del contacto cuerpo a cuerpo, entre la polifonía de cantos y carteles que se exhiben en público, en el anonimato de la multitud y de la historia. El encuentro es la verdad en proceso de verificación, una multitud no se equivoca, aun cuando le falten razones.

 ¿Y después qué?: construir desde la derrota.


No cabe duda que el entusiasmo es frágil y de un momento a otro, lo que antes era efervescencia se convirtió en duda. El baluarte que habíamos construido demostró ser arena en contra de una marea que no deja avanzar: la inercia del pasado demostró, una vez más, ser más fuerte que el impulso del futuro. Pero, ¿puede una verdad fracasar? ¿Los criterios éxito/derrota son válidos para evaluar a una verdad? La respuesta es tajante: No.
Para Gilles Deleuze,[1] una obra pictórica está atravesada por una relación caos/código. En un principio, sobre el lienzo sólo hay caos, un desborde de trazos y manchas amorfas. Sin embargo de este caos se espera que surja algo y que estos machones den lugar a un diagrama. La pintura deviene entonces en un código que se establece como relación entre la obra y su público. A este caos que es capaz de generar un orden, Deleuze le llama germen.
Si como hemos visto, la verdad se comporta más como una imagen que como un argumento, podemos pensar que la experiencia multitudinaria de días pasados fue un germen. Una verdad, todavía cautiva de la experiencia que le dio origen, pero que para germinar debe moverse. Es por ello que el destino de la experiencia nunca coincide plenamente con el destino de una verdad política.
Aunque sin duda, diagramar en la victoria no es lo mismo que en hacerlo en la derrota. Sin embargo, el objetivo debe ser el mismo. Para Badiou una verdad reclama cierta fidelidad al acontecimiento que la produce. ¿Cómo ser fieles a una sensación? ¿Cómo traducir a un plan de acción esta verdad-imagen? Es ahí dónde se juega mucho de ese tránsito entre el germen y el diagrama y por lo tanto, en descifrar el código de lo que hemos producido.
Un error sería replegarse. La representación política es una ficción demasiado seria como para despreciarla. En una democracia el mandato de gobierno se encuentra en la ciudadanía y cómo tal, nunca puede salir derrotada de una contienda electoral. Habrá que estar presente, luchar por esos espacios de visibilidad y mantener cerca a nuestros representantes, cuyos cargos son deudores del conjunto de la ciudadanía y no sólo de unos pocos.



[1] Deleuze, Gilles (2007). Pintura. El concepto de diagrama. Buenos Aires: Cactus 




[1]Ver: Badoiu, Alain (2011) ¿Qué significa cambiar el mundo?”